La pesadilla era recurrente. Un hombre con una sonrisa turbia me vigilaba desde la ventana, diciendo “sé que estás despierto” a cada movimiento. Fingía estar dormido, tenía que seguir fingiendo aunque el corazón me fuera a mil y la respiración no se me acompasara.
Todos los días me despertaba sobresaltado. Estaba cansado de aquella desdicha constante, así que decidí revisar mis ventanas todas las noches antes de dormir y, aunque tampoco me gustara demasiado la sensación, bajar las persianas y echar las cortinas.
Poco a poco me fui acostumbrando a ello, ya era una rutina.
En el momento en que me di cuenta de que nadie vendría a observarme, dejé de hacer esas cosas de manera progresiva. Ese fue mi gran error.
Un día que pasaba al lado de la ventana, me pareció ver la sombra de una persona. Me asusté, pensando que todo podría volver a pasar, pero al mirar encontré un gato receloso en la esquina. Reí aliviada y me di la vuelta. Un escalofrío recorrió mi espalda con ese gesto, pero aparté todo pensamiento de mi cabeza.
Él me estaba observando.
Los días pasaban de manera extraña, me sentía observada pero siempre veía un gato negro y mi paranoia aumentaba a la vez que trataba de autoconvencerme del miedo que yo mismo me imponía. “Creer es darle poder a la mente” me repetía. Entonces, empezó a sonreír.
Dios mío, esa sonrisa era el origen de todos mis males. No podía ni pensar. ¿Qué cómo sabía que estaba sonriendo? Primero, una sonrisa clavada en la nuca junto con una mirada penetrante… Creedme, se nota. Segundo, un día me llegó un espejo. Lo puse frente a la ventana porque quería verme completa con mi binder y todo. Por fin me llegaba uno, debía aprovecharlo. Al hacer eso, vi la cara de mis pesadillas sonriendo desde atrás, pegué un chillido y solté el espejo, rompiéndolo en mil pedazos. Siete años de mala suerte, aunque no me quedaba tanto tiempo.
Me giré sobresaltado pero, adivinad qué, sólo estaba el gato en el quicio de la ventana, observando con ojos grandes.
Empecé a salir más y hacer mi vida. Al fin y al cabo, siempre iba a sitios distintos a comprar dependiendo de cómo fluyera mi género en ese momento. Ese día pude usar el compresor, me recogí el pelo dentro de la capucha de una sudadera y usé mi voz más “masculina”. El problema es que me sentía observado incluso allí.
Lo escuché, escuché un “sé que estás despierto”. Joder, ni siquiera trataba de dormir.
Terminé de pagar todo y salí corriendo, cerrando los ojos por el miedo. Podía sentir un aliento detrás de mí junto al “sé que estás despierto” y una risa maníaca.
Cuando abrí los ojos, pude ver una serie de máquinas conectadas en lo que parecía ser una habitación de hospital. Escuchaba el sonido acolchado de voces. Sin poder distinguir demasiado, creo que decían que no me moviera, así que me mantuve en el lugar.
Salí de mi desconcierto un rato después, me explicaron que había estado en coma tras un intento de suicidio por encontrarme terriblemente solo. Lo raro fue que la enfermera me dijo que un chico me había estado visitando y susurrando cosas de forma constante, uno que decía ser mi novio.
Yo no tenía novio.
Al quedarme a solas en la habitación, di la espalda a la ventana para dirigirme al baño por mis propios medios. Sentí unas manos en mis hombros y lo último que pude escuchar fue “sabía que estabas despierta”.
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