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Foto del escritorKarma

Las naranjas

El olor de las naranjas me recuerda a ese amor primaveral que se aconteció cuando tan sólo tenía 13 años.


No diré que él fuera mi media naranja, pues nadie está incompleto a falta de su otra mitad. Lo que sí es cierto es que lo quería mucho.


Lo conocí porque era un pequeño ladronzuelo de los huertos vecinos y, mientras se estaba apropiando de unas cuantas naranjas del campo de mi tío, justo iba yo a recogerlas. Al verle, enseguida reconocí en él al chico que me habían descrito. Moreno, rudo y fuerte, de unos ojos negros como el carbón pero con una mirada de pobretón inteligente, de estos que deben ganarse la vida para sustentar a una familia.


— ¡Al ladrón! —empecé a gritar—. Pero… ¿Cómo puedes ser tan insolente y presentarte a esta casa a robar nuestro sustento? —me acerqué rápido, cesta en mano, dispuesta a golpearle con esta. El chico fue más rápido que yo y empezó a correr por la arboleda, confundiéndome. Aun así, cometió el error de mantener la vista posada en mis pasos y chocarse con un árbol, a lo que yo llegué y le zurré un guantazo.


—Encima de que hago esto para ganarme la vida, llega una niñata y me pega… —me miró a los ojos con notable enfado, pero se le pasó en cuanto me vio recogiendo tranquilamente las naranjas y después ofreciéndole una a escondidas—.


—Solamente debes pedirme una, cada día por esta hora… No sé si todos podré darte, pero lo intentaré. Es parte de nuestro alimento y tenemos que escatimar en gastos —le ofrecí mi pañuelo para después salir corriendo de forma grácil, cual gacela.


Después de ese día, quise quedarme en casa de mi tío para verlo. Quizá no en todo momento podía darle naranjas, pero igualmente nos quedábamos a conversar. Lo que empezó con una bonita amistad se convirtió en un amorío intenso.


Yo, tanto como él, sabía que todo terminaría a la pasada del verano y no volvería allí hasta muchos años después, puesto que mis padres iban a mandarme a cursar una serie de estudios privados a una academia después de mucho tiempo de ahorro. Aún faltaba un mes, pero el chico y yo estábamos apesadumbrados y con un dolor intenso en el corazón.


–¿Crees que seguiremos amándonos después de esto? –preguntó después de un incómodo silencio cuando expresé mi marcha–. Muchos amores acaban al separarse.


–Pero el nuestro no, estoy segura. –me levanté de golpe del suelo donde me encontraba tendida para estar ahora sentada–. Jamás pienses que eso será así. Vale, es cierto que estaré hasta los 16 años fuera y que sólo tengo 13 y tú un par más que yo pero piensa que son 3 años. Mientras podrías trabajar y ahorrar o yo podría hacerlo cuando vuelva.


–¿Trabajar una joven? Es cierto que aquí lo haces, pero en cuanto tengas estudios pasarás a formar parte de las distinguidas señoritas. –dijo eso último con retintín, como si las odiara–. Te olvidarás de mí y de la vida de trabajo y te casarás con un joven distinguido que pueda mantenerte.


–Quiero ser maestra y fundar una escuela cerca de estos campos, Lorenzo, no quiero vivir apartada en la alta cuna. No voy a dejarte atrás como tampoco haré con mi familia. Mientras estudie, trabajaré y con ese dinero podré acceder a estudios superiores en la ciudad para estar más cerca de casa. Entonces seré maestra y mejoraré la calidad de vida de los niños.


–Sé que esa es tu intención, pero estudiar en Francia y con señoritas cambiará tu parecer –dicho esto se levantó para irse, pues mis padres volvían pronto.


Después de esta conversación, nos vimos cada vez menos hasta que tuvimos que despedirnos. Mi marcha fue triste, mi familia lloraba y Lorenzo se había subido al naranjo desde donde me observaba con pesadumbre.


PASADOS 5 AÑOS


¡He vuelto al pueblo como prometí! Conseguí ahorrar tanto que hasta he podido comprar una casa para albergar a mi familia. Puede que sea algo pequeña y esté lejos del campo, pero con mi automóvil no habrá problema en llevarlos y recogerlos. Ahora mi problema es Lorenzo, debo buscarlo, debo saber que me ha esperado.


Al llegar al campo todo fueron buenas palabras y hubo un gran recibimiento, pero cómo mi padre me notaba inquieta no pude esperar para preguntarle por mi querido.


–¿Lorenzo? ¿Ese sinvergüenza? El día mismo que te ibas, lo vimos subido al naranjo. Al querer huir encima del muro, escurrió y se partió la crisma. ¿Pero por qué te importa siquiera?


Sin responder a mi padre, me levanté con los ojos llenos de lágrimas y corrí para pasar al campo de mi tío y subir el muro. Aunque mi padre me seguía, yo era más rápida por mi juventud y porque ya acostumbraba a llevar pantalón puesto que era más cómodo en el trabajo y las señoritas de Francia lo llevaban. Cuando salté, la primera vez que lo hacía en todo este tiempo, lo que vi fue diferente.


Lorenzo se alzaba delante de unos campos, unas sábanas se encontraban tendidas no muy lejos y una mujer joven y de tez blanca, como enfermiza, se encontraba acunando un bebé de no más de 1 año.


–Lorenzo… ¿Cómo has podido? –rompió a llorar allí mismo–. Mi padre te daba por muerto y-


Al escuchar su voz, el joven soltó la azada y fue corriendo a besarla. La muchacha de la puerta ni se inmutó, ¿quién podría ser entonces? En cuanto me soltó, con una sonrisa de oreja a oreja, señaló a la joven: –Es mi hermana Asunción, aunque entiendo que hayas podido confundirla con una posible mujer. Está muy enferma desde que tuvo a mi sobrino y el padre de la criatura murió hace unos meses.


Mientras esto sucedía, mi padre subió el muro con una escala y bajó de un salto, intentando tener cuidado: –¡Sinvergüenza! Mi hija María merece un futuro mejor que el que pueda tener aquí contigo, ¿qué hiciste para engatusarla?


Ante la situación, me planté delante de mi padre con los brazos en jarras, mirándolo a los ojos de manera firme: –A mí nadie me engatusa, padre, yo pedí que me esperara. Quiero ser maestra aquí para ayudar a los niños y vivir una vida feliz con mi querido Lorenzo –al decir querido, lo coge de la mano firmemente–. Sé que no lo apruebas pero es un joven de corazón noble. Esperaba poder vender sus tierras y su casa, pues le darían un buen dinero y además le he conseguido un trabajo como mozo de una cuadra en la ciudad.


Se sorprendió pero sonrió con ganas, a lo que mi padre no pudo más que gruñir sin réplica posible: –Esta bien pero… ¿y esa joven? ¿Pretendes abandonar a tu esposa e hijo?


–Es mi hermana, señor, está muy enferma y su marido murió, por lo que yo cuido de ella. Lo cierto es que ir a la ciudad nos vendría bien por si tiene que acudir al galeno y para poder sustentarnos.


–Está bien… Mi hermano y yo mismo estaríamos interesados en comprar tu terreno y la casa. Debo avisar de que la derribaremos como las otras dos que poseemos para sembrar más, ¿no te importa?


–Claro que no señor, será un honor que pueda usar mis tierras.


–Entonces todo está decidido. Padre, hablé con un notario que ya tasó el terreno y la casa. Si algo faltara puedo ponerlo yo, pues con lo que se gane de la venta compraremos una casa preciosa que he reservado al marido de la señora Rosalía.


–¿Has conseguido un trato tan importante? –preguntó mi padre. –Entonces sí que fue buena idea mandarte a Francia… Bueno, esto está hecho, casa vendida y vidas nuevas. Y a ver si nos sacas también de trabajar en las tierras a nosotros, que tu padre ya es muy mayor…


–Es lo próximo que haré padre, lo prometo. Usted conseguirá trabajar en la fábrica de textiles junto al tío y madre. Los amo… –procedí a abrazar a mi padre, sin soltar de la mano a Lorenzo por lo que tuvo que unirse a la calurosa respuesta.


Después de este encuentro, poder conversar acerca de todo y plantear las dudas, terminé casándome con Lorenzo una vez que tuvimos nuestra casa y respectivos trabajos. Su hermana mejoró y consiguió criar a un pequeño muy lozano junto con nuestros niños, pues no consintió volver a desposar después de la muerte de su marido. Sinceramente la entiendo, me pasaría lo mismo si Lorenzo falleciera.


Ella consiguió trabajar en el mercado en un puesto de prendas de punto confeccionadas por ella misma mientras mi padre, mi tío y mi madre se colocaron en la fábrica como ya mencioné.


Lorenzo, aunque estuvo un tiempo trabajando de mozo de cuadra, consiguió hacerse querer y ascendió a cuidador y entrenador de caballos, trabajo que llevaba con mucho cariño.


–Y esta niños, es la historia de los abuelos. ¿Os ha gustado?


–Claro abuela, es preciosa… Gracias por contarnos.


–No es nada cielo, estaba deseosa de poder explicar lo que viví.

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