Su espada se clavaba en mi carne como un cuchillo caliente en la mantequilla. No sé si era mayor el dolor de la traición o del acero frío contra mis músculos aún cálidos.
“Perdón” susurró, pero yo ya no podía oírlo.
Todo empezó años antes, nuestras familias eran enemigas y nosotros sólo unos jóvenes enamorados ajenos a toda disputa. Ni sabíamos por qué las familias vivían así ni queríamos saberlo, pues teníamos miedo de que la verdad fuera tan aplastante que no nos permitiera seguir queriéndonos.
A lo largo de los años, nuestro amor fue llevado en secreto y hablábamos de chicas imaginarias con nuestras respectivas familias… Hasta el día en que quisieron conocerlas.
Empezamos a dar largas sobre su paradero o la reticencia de sus familias pero no resultó.
Después de mucho pensarlo, decidimos decir que nos gustaban los hombres. Sorprendentemente, todo fue bien. El gran problema es que querían conocer al amante del otro. Pierre y yo lo decidimos: Ahí acababan las rencillas familiares.
Se organizó un gran picnic en una colina más o menos cercana, justo en medio de ambas casas familiares. Todos fueron puntuales. En cuanto se vieron, fue una batalla campal.
Mis padres chillaban que cómo podía haberme enamorado de Pierre y los suyos que cómo Antoine podía ser siquiera una opción.
Obviamente nos separaron y no podíamos ni salir. Yo tenía que ir acompañado de mi hermana mayor a todos lados y él, por lo que pude ver a lo lejos, de un criado personal.
Nuestros sentimientos se dividieron, aunque no pude saber eso hasta muchos años después: yo lo seguía amando sobre todas las cosas, su familia le enseñó a odiarme.
Me contaron la versión de mi familia del conflicto. Mi abuelo, que le llevaba las cuentas al suyo en aquel momento, fue envenenado por razones desconocidas. Desconocía la versión de Pierre y estaba ansioso por poder saberla.
Pasados los años, me dejaron salir solo. Iba a la colina a pasar las horas, esperando que alguna vez viniese. Observaba cómo había cambiado a lo lejos, pero tenía prohibido acercarme siquiera a los límites de su casona.
Un día, él apareció. Iba en caballo, su porte era muy elegante y sus hombros se habían ensanchado. Me llenó de júbilo cuando bajó del animal, hasta que vi que llevaba una espada en el cinto. “Vamos a hablar” soltó de golpe. Sentí miedo.
Empezó a echarme en cara la muerte de su abuelo a manos de mi padre por un envenenamiento que no causó. Intenté hacerle entrar en razón pero estaba fuera de sí. Yo sólo quería averiguar qué pasó exactamente, él vengarse por todo lo ocurrido.
Después de una enzarzada pelea en la que casi no podía hablar, ambos expusimos nuestros puntos familiares. Estaba claro que alguien había intentado pelear a las familias y se lo hice saber, pero él ya tenía la espalda situada en mi pecho. “No me importa, voy a matarte”. Clavó el acero sin pudor, mirándome a los ojos. Su mirada no era la misma.
Me empujó de una patada tras sacar la espada, dejándome morir desangrado en la hierba.
… “Lo siento Pierre, lo siento muchísimo...” el joven se arrodilló al lado del otro, sacando un puñal y colocándolo sobre su garganta. “Te he amado y siempre lo haré” al hablar, la punta le dañaba. Terminó clavándola, cometiendo suicidio al lado de su amado.
A las horas, ambas familias fueron a buscarlos. Vieron la grotesca escena y se dividieron aún más. Un criado sonreía en la casa de Pierre. Seguía haciéndose con la suya.
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