Aún tengo ese recuerdo inefable de tu aliento en mi cuello, como si se tratase de un sueño del que no quisiera despertar.
Fuiste la serendipia de mi vida, la luz al final del túnel, la cima de aquella montaña rusa de emociones y el final del valle de lágrimas.
Todo el mundo parecía girar en aquel carrusel de sensaciones fingidas por el que se rigen las normas de esta eterna sociedad infeliz.
Las caretas invisibles, esas que sólo ve el alma. La tuya bien supo descubrir que yo, en aquel metro en Nueva York, no era la chica que veías.
Gracias por ese periodo de refugio, por esa ataraxia inconcebible e infinita. Por no romper mi vidriera latente, esa que marca el tic-tac del reloj poco dirigible que llamamos tiempo perdido.
Yo no quería oír pronunciar esa palabra, esa tan odiada por ser poco conocida. Tenía un escudero, mi propio ego falso, como todo el personaje que giraba en torno a esa profesora nueva en la escuela de arte.
Hasta que, un día, llegó el último año. Yo no sabía que habías decidido entrar allí al verme temblando de vuelta a casa por miedo a ser descubierta en mi propio mundo de melancolía doliente.
En aquella graduación, supe que había perdido al amor de mi vida.
Sé que no es lo correcto dirigirse a un alumno en términos menos formales pero, qué decirte, ya no ibas a serlo nunca más. Por eso decidí descubrir mi careta y agarrar tu brazo en el último instante en que tu ser corpóreo salía por las puertas de mi nueva prisión.
Sonreíste, como si todo formara parte de tu malévolo y dulce plan. Como si enamorarme hubiera sido tu único propósito en todos los años de formación recibida.
Caí en tus redes de seducción y placer y, después de mucho tiempo, descubrí lo que era admitir el origen de la palabra anteriormente sin mencionar.
Depresión. ¿Qué significa aquello? Significaba estar noches en vela pensando si merecía seguir viva en un mundo tan cruel. A tu lado fue un sí y las sonrisas ocultaron las lágrimas de dolor.
Cuando me dicen que el mundo se rige por las matemáticas, yo siempre pienso que jamás habrá una ecuación para definir cuánto puedes extrañar a alguien. El tacto de sus labios presionando los tuyos. Ese furor interno. <<Ignis amoris>>.
No debo extenderme mucho más pues un funeral no es eterno y habrá más personas que crean sentir mayor pena.
Si pensabas que no acudiría por haber dejado que todo fuese fugaz y ardiente, es que no comprendes que el ave fénix renace de sus propias cenizas.
No diré “con cariño”, pues no definiría esta sensación inmortal dentro de mi ser; sino que esperaré que tú comprendas como yo desearía despedirme.
Con amor, tu ave de fuego.
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