Recuerdo un sueño muy recurrente que todas las noches venía a mí cuando era un niño. Un pájaro cantaba para mí, aunque finalmente se abrasaba. Yo despertaba lleno de sudor y con los ojos lagrimeando, miedoso de lo que pudiera significar. Ese animal candente era mi noche y día.
Poco a poco, reconocía el lugar donde la pequeña ave era envuelta en llamas. El mismo donde me ocurrió lo mismo: la casa de campo de mis abuelos. Estaba jugando y un tronco de la chimenea cayó a la alfombra. Ardí pero viví, pude recuperarme.
Así, con esta pesadilla atormentando mi mente, pensé encaminarme allí con un saco de dormir. Pasaría la noche en las cenizas de lo que había sido ese hogar, esperando hallar la respuesta a mis inquietudes. Preparé todo y marché con los nervios a flor de piel, asustado e incrédulo.
Descansé allí durante varios días y todo era cada vez más claro. Una vez, conseguí distinguir el pájaro, era un cuervo. Señal de mal agüero. También me pareció ver que movía el pico, como si hablara. Unas noches más y oía de forma leve lo que susurraba entre graznidos: “Tú me dejaste morir, yo no te dejaré vivir.”
No entendía a la perfección sus palabras, pero estaba asustado… ¿Dejé morir a un cuervo? ¿O ese cuervo era señal de algo más? Volví a casa para preguntar a mis padres si alguien murió en el incendio de la casa, pues yo sólo recordaba arder en llamas.
Se pusieron a llorar y me dijeron que tenía un amigo que siempre estaba cerca de casa. Resulta que ese día jugábamos al escondite y él murió dentro, puesto que les dije a ellos que no estaba dentro. No había buscado bien y creía que se encontraba en el jardín. Ese chico amaba los cuervos.
Perturbado, empecé a no poder dormir, tenía miedo. Cada vez me encontraba más al borde de la locura y el delirio. Somnifobia lo llaman los psicólogos… Café, té, infusiones, bebidas energéticas, azúcar y todo lo que implique no dormirme.
Me han obligado a ello pero no quiero… ¡NO QUIERO! Algo he tomado, seguro en la comida y me duermo. Al abrir los ojos veo al cuervo chillando y desquiciado, repitiendo que nunca más despertaré de mi mal sueño.
Consigo salir de este, chillando y al borde de la ansiedad. Me dan calmantes e intento explicar todo lo que pasa, pero ahora además hay voces. Y estas repiten todo el rato “me dejaste morir, Adrián, me dejaste morir. Ahora no podrás vivir.”
Por favor, haced que desaparezca, por favor. Sólo quiero acostarme eternamente y no escuchar más lo que esa ave grazna.
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