El demonio llamaba a mi puerta dos veces por semana.
No es como nadie suele ponerlo, en tonos rojos e intimidante. Más bien es tímido y con un tono de piel... ¿usual?
Solía venir a pedirme fresas, sal y un poquito de limón.
Nunca sé qué hacía con ello, pero tampoco me preguntaba qué estaba haciendo yo.
La única norma era que no podía darle la espalda.
En el momento en que lo hiciera, era suya para siempre.
Parecía hasta divertido, una fantasía inventada por un chico tímido para dar miedo a los demás.
Lo cierto es que, poco a poco, me fui encariñando de él.
Como sabía a la hora que llegaba, cada vez me vestía mejor e intentaba ser más seductora a la hora de hablar.
El problema es que todo seguía igual.
Él insistía en que no fuera así, que podría arrepentirme y que no quería hacerme daño.
Pero a ver... ¿Qué daño podría hacerme un chico tímido que venía a pedir fresas, sal y un poquito de limón?
Uno de los días, contradiciendo sus disposiciones, dejé a propósito las cosas en la cocina y le di la espalda.
Mi idea era que notara mi escote trasero, pero todo fue demasiado rápido.
Noté como sus manos desgarraban todo, como sus dientes iban comiendo y decía "los humanos saben a fresas, sal y un poquito de limón".
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