Despertó con las primeras luces del alba, como si el lucero quisiera desvelar su sueño y no dejarla dormir más.
Se quedó en la cama, observando cómo las paredes se iban tiñendo de los diferentes colores del cielo hasta que llegó tal vez su favorito o el más odiado: el celeste. Su favorito porque era un color agradable y que no sentía frío, a pesar de que todo el mundo dijera que lo es. El más odiado porque ese era su nombre y no sabía cómo apreciarse.
Sus ojos brillaban con una intensidad reveladora pero no se mostraba altiva ni feliz, sino tal vez todo lo contrario. Era el brillo de quien busca la esperanza en los resquicios de la ventana del alma. Una ventana que nunca encontraba abierta.
Decidió moverse por fin, con un paso algo cargante y odioso, arrastrando su cuerpo como si fuera una carga a soportar. Recoge las cosas que dejó la noche anterior por el suelo y baja a desayunar.
Lo bueno de ese día es que no tenía clase. Lo malo, es que tendría que pasar un día con su padre.
No diría que lo odiaba precisamente, pero tampoco era un santo. No era alguien excesivamente malo, al igual que tampoco creía que se preocupara por ella.
Recoge su pelo en una coleta a media altura y deja un par de mechones a los lados, esperando que no comente nada de que ahora son de un azul oscuro, combinados con el negro del resto.
Coge un tazón de colores junto con su cuchara y echa unos cereales y yogurt. Se sienta delante de la televisión, encendiéndola y pasando los canales sin mayor interés. Encuentra un programa de cocina y decide dejarlo, cansada de cambiar constantemente. Come sin prisa a pesar de que su padre podría estar allí en cualquier momento. Si tanto la quiere, tendrá que esperar.
Piensa acerca de lo poco que se han visto en los últimos meses y lo bien que había estado así, maldiciéndose a sí misma por escribir en un momento de debilidad que quería verlo.
Terminado el desayuno, procede a levantarse con más fuerzas, dejar el tazón con la cuchara en el fregadero y subir corriendo los escalones hasta su habitación. Podría decirse que era la de cualquier adolescente “rebelde” (o así la describía su madre).
El problema es que ella ya tenía 20 años y no le hacía gracia ser calificada de esa manera.
Abre el armario y coge lo primero que encuentra, que resulta ser una camiseta negra, una camisa de cuadros roja y unos vaqueros rotos del mismo color que la camiseta. Después busca en su zapatero, aunque no sabe si decidirse entre unas botas con cadena y plataforma y unas Converse rojas. Finalmente, coge las botas y se las calza, consiguiendo unos centímetros más.
Lanza sus llaves y cartera dentro de una tote bag negra con un corazón carmesí, seguidas de un libro que estaba releyendo últimamente. No sabía si iba a tener que huir de la realidad de ese hombre.
Suspira y se mira ante el espejo. No sabía si maquillarse o no, igualmente le iba a hacer bromas acerca de su estilo, así que tampoco tenía porqué cohibirse. Termina haciendo un eyeliner que forma las alas de un murciélago en cada ojo, metiéndole un poco de morado y naranja como si fuera halloween, su festividad favorita.
Hace un degradado de negro a rojo en sus labios y se cambia algunos piercings de las orejas para llevar pinchos y cadenas.
Justo cuando está cogiendo su móvil , auriculares y una mascarilla, recibe el mensaje de su padre. Un seco “sal, ya estoy aquí” que no parece denotar que lleven tanto tiempo sin verse.
Sale de su casa dando un portazo, abraza a su padre con toda la efusividad que puede fingir y se mete en el asiento del copiloto, tirando su bolsa a los pies. Mira por la ventana, contestando de manera seca a todo lo que su padre pregunta.
Terminan yendo a un burguer a comer, uno de los pocos sitios donde podría conseguir comida vegana. Sabe lo que él opina del tema, así que prefiere cortarle cuando va a darle consejos sobre alimentación.
Durante la comida, parece que todo se anima y comparten un buen momento juntos. Igualmente, sabe lo que tiene que hacer y no piensa olvidar su propósito.
Pasan el resto del día de acá para allá, visitando tiendas y hablando de sus cosas.
Termina con varios libros y mangas nuevos, además de una chaqueta que quería desde hacía tiempo. A pesar de haberse negado a que gastara dinero, se notaba que quería complacerla y accedió por no hacerlo sentir mal.
Finalmente, cuando la lleva a casa, baja con ella y la abraza. Viene el momento, tiene que ser fuerte, no quiere llorar. Lo empuja de una manera leve, mirándolo a los ojos de la manera más intimidante que puede y empieza su discurso: -- No quiero que pienses que soy una aprovechada. Si después de esto quieres devolver las cosas, estás en todo tu derecho.-- Suelta las bolsas en el suelo un momento. --No pienso perdonarte por mucho que hagas por mí. Nos abandonaste a mamá y a mí, cada vez nos veíamos menos.-- Aprieta los puños, intentando no llorar. El problema es que algunas lágrimas resbalan por sus mejillas. --He tenido que hablarte YO para que vengas a verme… Y que sepas que no me vale la excusa de que no querías agobiarme.-- Las ideas se agolpan en su cabeza como una montaña rusa. No sabe cómo seguir, tiene un nudo en la garganta y el mundo se le viene encima.
Su padre, dándose cuenta de esto, sólo asiente y dice “Lo siento”. Le entrega las bolsas de nuevo, le da un beso en la frente a pesar de la ira que eso pudiera provocar y se encamina a su coche.
--No es que no te quiera ni que no te considere mi padre. Simplemente, no creo que esté preparada para perdonar tu falta.-- Y, dicho esto, se encamina a su casa. Abre la puerta, dirige la vista atrás y dice: --Las acciones, tienen sus consecuencias.
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