En aquella caverna sólo cabían dos cosas además de Eric: la desesperación y el amor.
Debían compenetrarse para no destruirlo de ninguna manera.
Cuando reinaba el amor en gran medida, lloraba ríos de pena por encontrarse aislado y lejos de una posible amada.
Cuando reinaba la desesperación, sus ojos se volvían grandes y, presa del pánico, caminaba de lado a lado de la habitación preguntándose qué le pasaba sin encontrar respuesta.
Los dos se creían importantes, por lo que eran incapaces de notar un equilibrio. Sólo lo había cuando Eric, cansado y sin paz mental, caía fulminado al suelo.
Un día, reflexionando sobre aquello, llegaron a una conclusión: El chico estaba enamorado de la desesperación y desesperado por el amor.
Sólo la unión de ambas emociones le haría querer salir de allí y buscar a esa persona tan ansiada.
Así, con un beso que sabía a amargor y dulzura, amor y desesperación se unieron para formar una pacífica esperanza y calidez en el corazón...
--Y así es cómo intento recobrar el sentido después de un ataque de pánico. --explicó el pequeño de tan sólo 7 años a su profesora. Si podía saber lo que eran esos "ataques de pánico" era por su psicóloga, no porque tuviera una idea real del significado. --Es divertido y me hace no sentirme solo. Eso dice María que es lo que los provoca.
Y de esta manera, Laura se quedó helada ante la confesión de Eric delante de su clase. Una confesión que decía mucho. Una confesión que hablaba de cómo un niño de tan solo 7 años podía enfrentarse a sus mayores miedos.
Quizá eso no mejoraría su situación, pero María estaría allí de todas maneras.
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